A nivel internacional destaca la estadounidense Foreign Corrupt Practices Act (1977) y la británica UK Bribery Act (2010). Se ha aprobado el estándar ISO antisoborno. En España destacan las reformas del Código Penal en 2010 y 2015, que introdujeron la responsabilidad penal de la persona jurídica.
Según los datos recogidos en el Report to the Nations de la Asociación de Examinadores de Fraude (ACFE), los 2.690 casos de fraude analizados durante 2017 generaron unas pérdidas de más 7.000 millones de euros, con una media de 130.000 dólares por caso. El fraude más común sigue siendo la malversación y apropiación indebida de activos (40 por ciento de los casos) que, sin embargo, genera bajas pérdidas: 114.000 dólares de media.
Mucho menos frecuentes son los casos de manipulación de estados financieros, como el que llevó a Enron a la quiebra: esta tipología supone sólo el diez por ciento del total, pero reportan unas pérdidas medias muy elevadas, nada menos que 800.000 dólares.
El 65 por ciento de los fraudes es cometido por empleados que llevan en la compañía más de seis años; y en un 21 por ciento adicional, por exempleados. En el 62 por ciento de los casos hubo colaboración con terceros ajenos a la organización, según los datos recogidos en el informe Global profiles of the fraudster, elaborado por KPMG.
EL DEFRAUDOR TIPO Y LA FALTA DE CONTROLES INTERNOS
A medida que surgían nuevos casos y regulaciones más severas, ha ido creciendo la sensibilidad de la sociedad, especialmente durante estos años de crisis financiera en los que han salido a la luz malas prácticas que se habían ido gestando. Porque el fraude se genera, mayoritariamente, en el interior de las organizaciones.
Según el estudio La Gestión de Riesgos en el Mundo Digital, el defraudador tipo es un hombre de entre 36 y 55 años, lleva trabajando más de seis años en la empresa y tiene un alto cargo directivo o ejecutivo. Más de la mitad de los casos de fraude son reportados por los empleados; un 21 por ciento por parte de clientes y un 14 por ciento de forma anónima.
Las líneas éticas están resultando bastante efectivas en este sentido: las organizaciones que cuentan con líneas éticas han reducido un 50 por ciento tanto el tiempo de detección del fraude como las pérdidas ligadas al mismo.
Las nuevas tecnologías y la globalización han motivado que cada vez sea más complicado evitar los peligros que se ciernen sobre las empresas, por ello surgen nuevas técnicas y respuestas digitales.
Desde el punto de vista del tamaño, las organizaciones más pequeñas -menos de 100 empleados- suelen tener menos medidas de control y, en consecuencia, sufren una pérdida media por fraude de 200.000 dólares, el doble que las compañías de mayor dimensión -más de 100 empleados-.
LAS EMPRESAS FAMILIARES SE LLEVAN LA PEOR PARTE
Desde el punto de vista del tipo de compañías, las empresas familiares se llevan la peor parte: sufren el 42 por ciento de los fraudes, con pérdidas medias de 164.000 dólares por caso. La corrupción es el esquema de fraude más extendido en todos los casos y en casi todos los sectores, según el informe sobre La Gestión de Riesgos en el Mundo Digital, de KPMG.
Llama la atención el papel creciente aunque todavía asimétrico que juega la tecnología. "Tradicionalmente, la investigación en Forensic se centraba en la contabilidad, en identificar el fraude en los registros contables pero, cada vez con más frecuencia, el fraude tiende a ir más allá para no dejar huellas en la contabilidad. Por eso, cada día es más importante utilizar técnicas de inteligencia corporativa y tratamiento masivo de datos para detectar la trazabilidad de los activos, analizar correos electrónicos y otro tipo de registros. Nosotros estamos poniendo mucho énfasis en la tecnología para prevenir, identificar e investigar el fraude", explica Fernando Cuñado, socio responsable de Forensic de KPMG en España.
Los datos muestran la importancia de que las compañías diseñen procedimientos tanto de debida diligencia interna -para monitorizar los riesgos en la selección de candidatos y la promoción interna- como de debida diligencia externa, destinados a evaluar a los socios de negocio desde una perspectiva de reputación e integridad, que determinen las comprobaciones a realizar antes y durante las relaciones comerciales.
La contribución de la tecnología a la mitigación y detección del fraude irá aumentando a medida que los datos históricos acumulados por las organizaciones sean mayores e incorporen tantos datos estructurados como no estructurados. La tecnología aplicada a las técnicas de investigación tradicionales como Forensic Accounting o Corporate Intelligence -identificar conexiones entre personas y entidades-, unidas a las nuevas técnicas de Data Analytics (D&A) combinadas con Inteligencia Artificial como Deep Learning permiten identificar anomalías o red flags que puedan indicar potenciales riesgos de fraude en los libros contables, inventarios, datos de empleados, gastos y cualquier otra información relevante.
Resulta llamativo que en el 24 por ciento de los casos de fraude, el uso de la tecnología fue clave para cometer el delito y, sin embargo, sólo un tres por ciento de los casos es descubierto gracias a la tecnología, según el informe de KPMG.
La fotografía coincide con lo que apunta el estudio de ACFE: la analítica de datos figura en la cola -en concreto, en el puesto 16 de un total de 18- entre las medidas antifraude más comunes en la empresa. En primer lugar aparecen los códigos de conducta -80 por ciento de los casos-, seguidos de auditorías externas e internas.
El Economista